martes, 17 de enero de 2012

Glosa por D. Mariano Gredilla



Glosa realizada por D. Mariano Gredilla Fontaneda, Secretario General de la Consejería de Economía de la Junta de Castilla y León, cofrade de la Piedad y miembro de la actual Gestora, en el acto de presentación del cartel.


Oración a Nuestra Señora de la Piedad:
"Bajo tu proteción nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita".

Alcalde.Miembros de la Corporación Municipal.Autoridades.Presidente de la Junta de Cofradías de Semana Santa y miembros directivos.Hermanos de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad.Miembros de las distintas cofradías.Señoras y señores.


Permítanme comenzar mi intervención agradeciendo la invitación cursada por el Presidente de la Junta de Cofradías de Semana Santa para glosar el cartel que va a anunciar la Semana Santa vallisoletana 2012. Gracias José Miguel y enhorabuena por el trabajo que, tú y todo tu equipo, venís realizando en estos últimos años.
Agradecimiento también al Ayuntamiento de Valladolid, en la persona de su Alcalde, por el apoyo a la semana Santa. Gracias Javier.
Presentamos hoy el cartel de la Semana Santa 2012.


Un cartel que recoge el momento en el que pasa ante la Iglesia de San Pablo la Procesión de Penitencia y Caridad. Momento capturado por la cámara de José María Pérez Concellón, y entre cuyos motivos principales podemos ver el paso titular de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad, "La Quinta Angustia", obra de Gregorio Fernández, datada hacia el 1625.

El cartel es el colofón de un año especialmente emotivo para todos los que somos cofrades de La Piedad. Comenzamos 2011 con la presencia de nuestra Virgen en la exposición "Passio" de la Fundación de las Edades del Hombre en la sede de Medina de Rioseco. Continuamos en el mes de agosto con la participación en el Vía Crucis que, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, presidió su Santidad Benedicto XVI en las calles de Madrid. Y ya recientemente, hace escasos días. Nuestra Madre, La Virgen de la Piedad regresaba a su casa, a la sede de la cofradía, a la iglesia de San Martín. En esta solemne ocasión nos acompañó el arzobispo de Valladolid, Don Ricardo Blázquez.
Han sido pues, muchos los momentos en los que la Cofradía de la Piedad, ha tenido una presencia relevante. Momentos a los que una cofradía sencilla como la nuestra no está acostumbrada.


Como sencillo es también el cartel anunciador de este años. Un cartel sin artificios. Tan sólo la ciudad, sus gentes y una Madre que acoge en su regazo el cuerpo del Hijo sin vida. Y abrazando toda la escena, el cielo de Valldolid. Un cielo al que alza la vista la Madre, que parece no entender lo que ha pasado, que necesita una respuesta.
Pocas veces un cartel anunciador, ha sabido recoger con tanta maestría la esencia de nuestra Semana Santa: sencillez y sobriedad, recogimiento y respeto, Valladolid y sus gentes. Y en una esquina del cartel, unos niños. Niños que ven pasar a la Virgen. Iguales a los niños que todos hemos sido, que en ocasiones seguimos siendo. Es como si en el cartel el tiempo se hubiera detenido. Es una escena ya vivida, un instante atemporal.
Creo, que el cartel nos permite reflexionar sobre las raíces de nuestra fe y nos da la oportunidad de recuperar viviencias y recuerdos de los años de infancia y juventud.
Dicen que recordar es como realizar un viaje.


Y el inicio de este viaje a través de los momentos que me evoca el cartel anunciador de la Semana Santa, se sitúa en una etapa muy temprana de mi vida, en compañía de mi familia y de mis compañeros de colegio.
Permítanme compartir tres de estos momentos, tres de estas escenas, con todos ustedes.
Primera escena:
Mi Semana Santa, a través de este viaje a la infancia comienza el miércoles de ceniza.
Ajenos totalmente los niños de mi generación a las celebraciones y disputas entre Don Carnal y Doña Cuaresma, conocedores del "Entierro de la Sardina" exclusivamente por la representación pictórica de Francisco de Goya, distantes en más de 30 años a las modas de la Semana Blanca y otras tradiciones de reciente implantación, nuestra Semana Santa se iniciaba con la imposición de la ceniza en la capilla mayor del colegio en el que cursábamos la educación básica.
Con el debido orden y respeto, en fila de a uno, próximos a la pared, a ambos lados del pasillo, avanzábamos por cursos, desde las clases de primaria, hasta la capilla mayor del colegio que estaba presidida por una imagen de la Inmaculada Concepción.
A la capilla mayor del colegio sólo se acudía con motivo de un acontecimiento importante, y éste era uno de ellos.
Con la imposición de las cenizas se nos recordaba el "polvo eres y en polvo te convertirás", y se nos hacía en la frente la señal de la cruz.
De este sencillo modo, iniciábamos los preparativos para la celebración de la Semana Santa. Recuerdo que al llegar a casa mostrábamos a nuestra madre, con orgullo, los restos de ceniza que aún quedaban en la frente.

Y dábamos comienzo al segundo de los ritos del inicio de la Semana Santa. Me estoy refiriendo al siempre onmipresente bacalao desalado que teníamos ese día, y todos los viernes sucesivos, para comer. Porque lo del bacalao, junto al ayuno y la abstinencia en cuaresma, ha sido algo parejo, consustancial e inseparable de mi Semana Santa.
Bacalao, rosquillas, torrijas y demás dulces de Semana Santa, que acompañan nuestros recuerdos de la infancia, junto con todas esas tiendas y tenderos que han llegado hasta nuestros días en calles y plazas, y que hoy siguen atrayendo a aquellos que nos visitan.
Tiendas con olor a bacalao, a salazones, semillas, dulces y galletas vendidas a granel. Esas tiendas de toda la vida como la de D. Severo Fraile cerca de la Plaza España, quien incluía, junto con las bacaladas, en la bolsa, un puñado de caramelos para ganarse la fidelidad de los clientes.


Segunda escena:
Y tras la cuaresma llegaba la semana Santa, propiamente dicha, la de las vacaciones escolares. El recuerdo a partir de ese momento pasa a ser íntimamente familiar, e inicia su andadura el Domingo de Ramos. "Domingo de Ramos, quien no estrena, ni tiene pies ni tiene manos". Nunca he sabido de dónde procede esta costumbre, pero lo cierto es, que aunque de un modo más mitigado, ha llegado hasta nuestros días.
Siempre se cumplió en mi familia con la tradición, y los tres hermanos estrenábamos una camisa, unos zapatos o unos calcetines.
Ataviada la familia con sus mejores galas y en perfecto estado de pasar revista, nos dirigíamos a misa, donde recogíamos el ramo. Algunos años, no todos, comprábamos una palma en alguno de los puestos ambulantes instalados a tal efecto.
Finalizada la misa, nos acercábamos a la zona de la catedral para esperar el paso de la Procesión de la Borriquilla, flanqueada por los cofrades más pequeños y niños de los diferentes Colegios y parroquias. Y todo mientras sonaban a través de la megafonía instalada por las calles, cánticos que proclamaban el "Hosanna al Hijo de David, ¡Aleluya!". Esta tradición familiar, con el paso del tiempo, la he revivido, esta vez, en compañía de mi mujer y de mi hija.

Tercera escena:
Otro de los momentos familiares que asocio a la Semana Santa de mi infancia era el acudir a la Procesión de Penitencia y Caridad; protagonista del cartel anunciador de este año. Por la tarde, al acabar de comer, salíamos de casa en dirección a la zona del Hospital Clínico. Según mi padre, era éste un buen sitio para verla pasar.
Lo que hacía distinta y diferenciaba esta procesión de todas las demás era la incorporación a la comitiva, en un determinado momento, de los presos, de los penados, que habían sido indultados, a petición de la Cofradía de la Piedad, por el entonces Gobernador Civil. (En alguna ocasión se liberaron hasta 14 reclusos).
Con tal motivo, los reos liberados vestían el hábito penitencial y ocultaban su rostro tras el verdugo. Todos los presentes comentaban si el indultado era hombre o mujer, qué delito había cometido y la pena que le hubiera quedado por cumplir.
Y hasta aquí algunos de estos recuerdos.


Recuerdos en los que todas las procesiones discurrían en medio de un silencio y un respeto hoy, demasiadas veces desconocidos; sin más luz en muchas de las calels que la procedente de las luminarias que engalanaban las carrozas.
De este modo, pude descubrir la belleza de las tallas de Gregorio Fernández y de Juan de Juni, entre otros, que convertían y siguien convirtiendo Valladolid en un enorme escenario, en un museo al aire libre para gozo de propios y visitantes, y que el Viernes Santo transforma la ciudad en un catecismo viviente. La Semana Santa casi se palpaba; estaba presente en todo y en todos, se sentía, se respiraba, se vivía.
Recuerdos de mi infancia, de mi Semana Santa en Valladolid, que he querido en esta tarde, ya noche de enero, compartir con todos ustedes.
Creo que en estas viviencias, se encuentran los cimientos de la fe. Una fe que impregna la mirada de los niños del cartel, que ven como pasa ante ellos la Virgen de la Piedad.
Una fe que en ocasiones, como en el "San Manuel Bueno Mártir" de Miguel de Unamuno, pasa por momentos difíciles, al enfrentarnos a tantas y tantas situaciones en las que nos sentimos impotentes o incapaces de entender el porqué de lo que ni tiene, ni puede, ni debe tener justificación.
Una fe sencilla, sin pretensiones teológicas, la fe en el Dios de las pequeñas cosas, la fe en el Dios que, en palabras de Santa Teresa de Jesús, se encuentra entre pucheros y fogones.
Una fe que en Valladolid encontramos entre estas magificas tallas que recorren durante la Semana Santa sus calles, y que durante el resto del año se encuentran en Templos y Monasterios, donde las gentes sencillas acuden con sus oraciones y ruegos.
Una fe que deambula por entornos como el que recoge la fotografía, la Plaza de San Pablo, recorrida a diario por todos aquellos que nos visitan.


Finalizo.
Decía el vallisoletano Gustavo Martín Garzo en el pregón de Semana Santa que pronunción en la Santa Iglesia Catedral de Valladolid que, "La Pasión de Jesús que recordamos estos días tiene en la compasión su más íntima razón de ser. Es una historia dolorosa, pero llena de hermosura. Nos pide que nos elevemos hacia la belleza, que nos enfrentemos a la desgracia y al sufrimiento y recuperemos la inocencia de la infancia".
Una vez más, mi más snicera felicitación a Chema Concellón, y mi agradecimiento al Presidente de la Junta de Cofradías de Semana Santa, y al resto de cofradías por su labor y trabajo, no sólo en estos días, sino a lo largo del año. Esperemos que este año el tiempo nos respete y pueda ser un éxito para todos.
Gracias por su atención. Buenas noches.

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