jueves, 22 de diciembre de 2011

A TÍ NAVIDAD FELIZ.





Ya faltan pocos días para que llegue una de las épocas más bonitas del calendario: la Navidad, donde celebraremos el nacimiento del Niño Jesús, y donde la Sagrada Familia será la protagonista principal de nuestra Fe. Vendrán días de esperanza, ilusión, emoción, paz; días de sentimiento humano y cristiano… pero, por encima de todo, vendrán días de AMOR a Dios y al prójimo, que deberemos de tener presentes a lo largo del año a través del Espíritu de la Navidad.


PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD, LA NAVIDAD

(Fray Mario Alonso, O de la Merced).



En nuestros viajes culturales solemos encontrar interesantes edificios y a menudo advertimos en ellos su singular belleza cargada de arte o reparamos en su pasado colmado de personajes, de fechas, o de sucesos que son decisivos a la hora de poder comprender mejor nuestro devenir histórico. Estos bienes, ya sean históricos, ya sean artísticos, son renombrados dentro y fuera de nuestras fronteras, y su singularidad atrae al turismo que reporta grandes beneficios económicos. Este patrimonio suele estar protegido por leyes especiales que lo constituye en Bien de Interés Cultural (BIC) o en Patrimonio de la Nación o del Estado, dependiendo de cada caso y de cada pueblo o ciudad.

Al vivir en este mundo nuestro, tan globalizado, donde ahora sí y no antes, el mundo es en verdad un pequeño pañuelo, existen instituciones culturales, caso de la UNESCO, que se reservan el derecho de poder otorgar denominaciones y reconocimientos internacionales a los grandes tesoros del arte y de la cultura. Existe, a tal efecto, un sello de calidad que se concede a aquellos bienes que lo merecen y que, así, pasan a ser considerados como “Patrimonio de la Humanidad”. Una declaración que los rodea de admiración y de especiales cuidados, que los hace prácticamente intocables, como si fueran una especie protegida al borde de la extinción.


Grandes urbes de trazado romano, árabe o medieval; paisajes de ensueño, con frondosos bosques o con roscas inaccesibles; arte arquitectónico de diversas épocas y estilos; parajes, ya terrestres, ya marinos, que gozan de singular belleza o de extremada rareza; esculturas de lo más diverso, piezas musicales y un largo etcétera, han ido, en estos últimos tiempos, engrosando el elenco de aquellos bienes que son tenidos por Patrimonio de la Humanidad. Tampoco podemos olvidar que existe el Patrimonio Cultural Inmaterial o Patrimonio Cultural Intangible (PCI), también conocido como oral o inmaterial. En él tienen cabida la lengua, la literatura, la música y la danza, los juegos y los deportes, las tradiciones culinarias, los rituales y las mitologías, la artesanía…


Personalmente siempre he pensado que la Navidad merece ser considerada, como fiesta y como tradición, Patrimonio Universal de la Humanidad. Mil y un argumento respaldan tal denominación. Su antigüedad como fiesta, su extensión geográfica que no conoce fronteras, la calidad humana de las emociones que desencadena, la profusión de creaciones artísticas de toda suerte que ha motivado a lo largo de los tiempos, las excelentes tradiciones literarias, costumbristas o musicales que ha dado lugar, muchas vinculadas al nacimiento de nuestro teatro; algunas de ellas de raíces ancestrales: Y ante todo y sobre todo, la capacidad de seducción, de requiebro y de ternura, que sigue siendo capaz de generar la Navidad en el corazón y en el proceder de tantos hombres y mujeres.



Lo mismo –y hablo con conocimiento de causa- en Herencia que en Valladolid, lo mismo ante un monumental Belén importado de Nápoles, que ante un sencillo nacimiento montado en cualquier hogar, lo mismo escuchando composiciones navideñas de música clásica de altura, que oyendo otros cánticos de factura más campechana y popular. Entiendo a la Navidad como Patrimonio de la Humanidad ¿Por qué no va a tener esa categoría lo más humano, lo más vivamente encarnado?


Está claro que la Navidad cristiana ha suministrado a las artes argumentos sin cuento. Solo basta acudir a iglesias o a conventos, a museos o a exposiciones. Solo basta escuchar villancicos o cantatas. Solo basta percibir los olores y los gustos de las mil delicias navideñas, turrones, polvorones, mazapanes… en ocasiones cocinas monásticas de clarisas, dominicas, mercedarias… obran el milagro en sus claustros. Aún más, la Navidad, año tras año, diciembre tras diciembre, a pesar de las atenuaciones y deformaciones que soporta, pone a buena parte de la humanidad ante el asombro y el temblor del misterio más insondable. El esplendor de lo grandioso en lo pequeño, de lo sempiterno en lo pasajero, de lo divino en lo humano. ¡Qué mayor Patrimonio, qué gran Navidad! ¡Humanidad rescatada y reconciliada! ¡Feliz Navidad!




A ti Navidad,
blanca y entrañable,
que traes alegría
y amor a raudales,
que llenas de Paz
todos los hogares
dando a luz la Estrella
que en Belén renace.
A ti Navidad,
que en tu seno yace
el Niño Jesús
envuelto en pañales,
con José y María
sus benditos padres,
que a un pesebre fueron
para contemplarle.
A ti Navidad,
que con buen semblante
despides un año
y traes el entrante,
mantén en mí siempre
lo que me prestaste,
mi infancia y niñez,
que nunca se marchen.

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