lunes, 24 de mayo de 2010

NUESTRA PROCESIÓN

Cada uno, cuando sale en procesión, la vive y la siente de forma y manera muy personal y muy especial.
Pero acercándonos a esos sentimientos que despierta en cada cofrade, podríamos decir que:

1ºEn ella expresamos nuestra fe y amor a Cristo, a Dios. Nos sale de dentro y una semana al año "la procesión va por fuera". Y asumimos con gusto el esfuerzo y sacrificio que nos supone salir en procesión.
Para alguno, quizás, la mayor penitencia es no hacer estación de penitencia.

2ºEn segundo lugar acompañamos a nuestra imágen, a Cristo o a la Virgen en cualquiera de sus diversas advocaciones, nos unimos a su pasión y a su dolor. Vamos junto a ellos y tras ellos, siguiendo o intentando seguir su ejemplo de vida. Por eso, ¿qué cosa más normal que ir rezando mientras se procesiona?.

3ºProcesionamos junto a nuestros hermanos cofrades, no sólo en la procesión, sino en la vida.
Por eso tenemos que ser testimonio y ayuda para quien lo necesite. Debemos procurar preocuparnos por aquel que necesita algo de mí, aunque sea una simple sonrisa o un simple saludo. ¿Cuántas rencillas y malos entendidos hay entre cofrades por cosas sin importancia?.

4ºUna procesión se realiza mediante un orden establecido, una planta procesional preparada, todos y cada uno de los que participan y la componen tienen muchísima importancia.
Cada uno desde su puesto (banda, mayordomo y comisarios de pasos, niños/as, cofrades de luz, manolas, ... etc) es vital para su buen desarrollo. Todos hacen falta.

5º.-Caminamos hacia un destino, la casa del Padre. Venimos del amor de Dios y vamos de nuevo hacia el amor de Dios. Representamos a la Iglesia que camina, que peregrina, que sigue el Evangelio de Cristo. Por eso salir en la procesión sin haber celebrado previamente lo fundamental en la vida de un cristiano (triduo pascual: Jueves, Viernes y Sábado Santo) no tiene ningún sentido.

6º.-Y por último procesionamos ante la sociedad que nos ve, en muchos casos sociedad laica.
Damos testimonio público de nuestra fe, anunciamos lo esncial de nuestra vida de cristianos, que Cristo padeció, murió en una cruz y resucitó.

Por todo ello, la procesión, nuestra propia procesión, es una auténtico símbolo de lo que es nuestra propia vida.
Por eso la procesión no termina cuando se cierran las puertas de la Iglesia.
Consiste en manifestar durante todo el año aquello que sentimos y en manifestar que somos miembros de la Iglesia, siguiendo los pasos de Cristo, nuestro Hermano Mayor.

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