lunes, 5 de marzo de 2012

Jueves Santo: "El Amor sin medida"



El Amor sin medida:



Juan 13, 1-15:

"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que tenía ceñida. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.» Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No todos estáis limpios ».

Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ´el Maestro´ y ´el Señor´, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros."



Continuamos con la segunda parte del Jueves Santo: “el lavatorio de los pies”. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Lavar los pies era un servicio que sólo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve, no como el señor.



"Yo estoy entre vosotros como el que sirve." Jesús no renuncia a ninguna grandeza humana. Al contrario, denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder o en el dominio de los demás. La verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin condiciones ni reservas.
Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer.
Cuando seguimos insistiendo en los diez mandamientos de Moisés, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaros!
No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amar, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó.
Una eucaristía celebrada como devoción que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse hasta el final.


En la presencia real de Cristo en la eucaristía, nos acercamos al sacramento como a una realidad misteriosa e insondable, pero que no tiene para nosotros ningún valor de persuasión, no me lleva a ningún compromiso con los demás.
La presencia real, por el contrario, debía potenciar el verdadero significado del gesto. Nos debía de recordar en todo momento lo que Jesús fue y lo que nosotros, como cristianos, debemos ser. El haber cambiado este sentido dinámico por una adoración, ha empobrecido el sacramento hasta convertirlo en algo aséptico, que nada me exige y nada me motiva.
Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir. Manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana sólo la alcanzaría cuando se diera totalmente, cuando llegara al sacrificio total con la muerte asumida y aceptada.



Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también la misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica.
Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física, aunque también, sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber Vida. No se trata renunciar a nada, sino de conseguirlo todo.



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