Comenzamos la Cuaresma 2013 y lo hacemos cargados de noticias.
La principal: la renuncia del Papa Benedicto XVI a seguir siendo el Vicario de Cristo en este mundo.
El 28 de Febrero, a las 8 de la tarde la sede de San Pedro quedará vacante y se iniciará el proceso para la convocatoria de un cónclave que servirá para elegir a su sucesor.
Creemos que el Papa ha dado un lección de humildad y sencillez, su ejemplo y valor ante semejante decisión, difícil y sopesada, es fruto del amor de Dios y de muchísimos momentos de oración.
Es un ejemplo para todos, y que mejor manera para iniciar la cuaresma que valorar su decisión y vernos a nosotros mismos ante un sin fin de respuestas que dar en nuestra propia vida.
Sin duda es un acontecimiento histórico que nuestra Iglesia sabrá valorar en su justa medida.
Por otro lado hoy es Miércoles de Ceniza. Que en esta cuaresma sepamos realmente acercarnos a Cristo, a base de pequeños gestos y detalles: uno de ellos la oración. Y otro, por ejmplo, el Via Crucis con motivo del año de la Fe, que contará con la participación de las Cofradías de Valladolid.
Será un buen momento para prepararnos para los días Santos de la Semana de Pasión.
Que todo lo que hagamos y vivamos en esta cuaresma sea realmente para llegar al momento esencial del Cristiano: la Resurrección de Cristo.
Dejamos una pequeña reflexión en torno a la decisión del Papa, realizada por José Mª R. Olaizola (jesuita)
El papa señala la falta de fuerzas como el motivo principal que le lleva a tomar esa decisión. Ya en 2010 anticipaba esa posibilidad cuando declaró que «…cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias, el derecho y hasta el deber de dimitir». Probablemente en los próximos días se sucederán análisis y juicios más o menos ponderados valorando este paso, que ahora se hace concreto y real en su propia trayectoria. Habrá quien lo aplauda como la opción valiente y generosa de quien quiere poner en otras manos más fuertes la máxima responsabilidad en la Iglesia. Y quizás haya quien lo discuta, en nombre de la tradición o alegando que la perpetuidad no debería estar sujeta a las circunstancias de salud.
Desde estas páginas la primera reacción quiere ser de gratitud a Benedicto XVI. Gratitud por un pontificado valiente, en el que ha demostrado coraje para afrontar más de una tempestad, y para enderezar el rumbo de la Iglesia en algunas cuestiones que resultaban insostenibles. Gratitud por su entrega, que le llevó, con 78 años de edad, a aceptar un cargo exigente, y a consagrar este tiempo a llevar el timón de la Iglesia. Gratitud por su coherencia, que le ha permitido romper algunos moldes, mostrando una apertura que uno a veces añora en otros ámbitos; a la hora de dialogar con los no creyentes; a la hora de distinguir entre teología y magisterio (siendo el primero en pedir que se separase, en su propia aportación, lo que es reflexión de un teólogo, dispuesto a ser criticado, y magisterio de un papa); a la hora de responder, con naturalidad, a cuestiones que parecían de sentido común (el libro entrevista con Peter Seewald, Luz del mundo, fue de una frescura y libertad notables); a la hora de marcar su propio estilo, en viajes, discursos o grandes eventos como las Jornadas Mundiales de la Juventud en que participó; y en esta hora, al decidir, con sencillez y libertad, dar un paso atrás y reconocer que, tal vez, lo vitalicio hoy en día no haya de interpretarse desde la perpetuidad, sino desde la vitalidad. Gratitud, también, de una manera muy personal, por su comprensión y apoyo a la vida religiosa, con la que siempre ha tenido una palabra cálida y pastoral. Sus encíclicas Deus caritas est, Spe Salvi y Caritas in Veritate son un buen testamento magisterial para un pontífice que no ha dudado en hablar con hondura sobre cuestiones individuales y colectivas, personales, sociales y económicas, que preocupan a mujeres y hombres de nuestros tiempos.
No es aún momento para análisis rigurosos o sistemáticos de ocho años de pontificado. Seguramente habrá luces y sombras, como en todas las historias y todas las vidas. Y tiempo habrá para interpretar, releer, y dejar que el poso de sus decisiones eche raíz en esta iglesia. Pero, insisto en que este es momento para la gratitud, y para acoger la renuncia de un hombre de talla humana, espiritual e intelectual verdaderamente formidable.
Lo que toca, ahora, es buscar, con confianza, honestidad y fe verdadera, que su sucesor sea un hombre guiado por el Espíritu, capaz de compartir, desde el liderazgo, los retos descomunales que afronta la Iglesia en este siglo XXI. Este comienzo de Cuaresma nos trae, si cabe, una llamada mayor a la búsqueda, a la conversión y a la libertad profunda de quien sigue caminando tras las huellas del Maestro.
(José María R. Olaizola sj)
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