domingo, 13 de diciembre de 2020

La coronación de una Reina.

Aquella mañana invernal, 13 de diciembre de 1474, Segovia se levantaba radiante. Amanecía fría, nevada y hermosa. Desde el Alcázar hacia San Miguel partía la comitiva ya real, pues todo se había preparado esa misma noche.

El Contador Mayor del Reino don Rodrigo de Ulloa y su compañero y  miembro del Consejo Real, don Garci Franco, habían galopado desde Madrid sin parar, apesar de la nevada, para informar a la princesas del fallecimiento de su hermano, el rey Enrique IV. Al parecer aconsejaban a Isabel no tomar decisiones precipitadas.

Pero Isabel no esperó.

Consideraba que era la princesa de Asturias y por tanto heredera, "legítima y universal", al trono de Castilla, por los pactos que se firmaron en Guisando. No quiso espera a su esposo el rey Fernando, ni a albaceas ni mayordomos de palacio.

Y ese 13 de diciembre de 1474 se hace proclamar Reina de Castilla, en el un cadalso en el exterior de la Iglesia de San Miguel de Segovia. Tenía todo estudiado y planificado al detalle, se rodeó de un grupo de personas, en las que tenía confianza plena, cuido la estrategia para ser Reina. Estuvo apoyada en todo momento por Gutierre de Cárdenas y Gonzalo Chacón su  maestro y mentor, al que llamaba "padre".

En el interior de San Miguel estaban reunidos el corregidor de Segovia, Alonso de Avellaneda, también los jueces y los regidores de la ciudad, los representantes "del estado de los caballeros e escuderos", así como los regidores "del estado de los omes buenos", en presencia de los escribanos y testigos.  

El acta de dicha proclamación se conserva en el archivo municipal de Segovia, y que allí lo conservan actualmente como oro en paño, en ella se dice:

Primero, el corregidor de la ciudad tomó juramento a Rodrigo de Ulloa y Garci Franco, los cuales proclamaron la muerte del rey Enrique IV, ambos juraron y dijeron:

"Quel dicho señor rey don Enrrique finó y pasó desta presente vida... que se contaron honce dias deste mes de diciembre, a la media noche poco más o menos, en los alcázares de la villa de Madrid, e que lo sabian porque estoueron presentes quando espiró..."

Luego les preguntó por si había dejado  su voluntad y deseo sobre la sucesión a la corona, y ambos respondieron:

"...Que era notorio que a ellos el dicho señor don Enrique fallesció syn dexar fijo ni fija legítimo heredero que herede estos dichos reynos..."

Después de dejar claro el tema de Enrique, los consejeros de la princesa Isabel, Quintanilla y Alcocer, manifestaron al Concejo segoviano:

"... Por lo qual la dicha señora reyna como su hermana legítima e unyversal heredera e subcedía en estos reynos de Castilla e de León e devía reynar en ellos; e pues aquí en esta cibdad se fallava su alteza, que aquí devía ser segund las leyes destos dichos reynos rescebida y obedescida por reyna y señora dellos..."

"Los dichos correjidor e rejidores, cavalleros e escuderos e oficiales e omes buenos dixeron e respondieron a los dichos Alfonso de Quintanilla e dottor de Alcocer que los dixiesen a la dicha señora reyna que aviendo como han por cierto e notorio quel dicho señor rey don Enrique es pasado desta presente vida sin dexar fijo ni fija lejitimo que herede estos dichos reynos, por lo qual la subcesion dellos pertenece a la dicha señora reina doña Ysabel..."

Acto seguido se celebró un funeral por el rey Enrique, Isabel "vestía brillante ropa de ceremonia, pero cubierta por paños de luto que no dejaban asomar los colores"

Al salir de San Miguel, Isabel se despojó del luto, apareciendo majestuosa y hermosa para la ceremonía de su coronación como reina de Castilla. 

"Estando en la Plaza Mayor desta dicha cibdad la dicha señora reyna en un cadalso de madera ... en el portal de la dicha iglesia contra la dicha plaza asentada en su silla real que estava presente... , ... ante muchos caballeros e nobles destos reynos de Castilla e de León". 

Al parecer Isabel lo tenía todo preparado y bien planeado, hasta Segovia habían llegado regidores de ciudades cercanas y lejanas, nobles y gente de alto rango. Por lo que se desprende que no había nada improvisado.

Allí estaban sus más leales consejeros, entro ellos don Andrés de Cabrera, esposo de su amiga y dama, Beatriz de Bobadilla, y gobernador del Alcázar segoviano.

Ante todos ellos y ante la futura Reina, Juan Díaz de Alcocer se dirigió a Isabel. Le recordó que ella era la legítima heredera por los pactos de Guisando, donde había sido proclamada Princesa de Asturias y luego le pidió que prometiese y jurase guardar y proteger a todos sus súbditos y a sus Reinos de Castilla y León.  

Isabel, tomando unos Santos Evangelios, juró:

"Seré obediente a los mandamientos de la santa iglesia, ... e que miraré pro el bien común de los dichos mys reynos de Castilla e de León de la corona real dellos, e procuraré con todas mis fuerzas aqrecentar los dichos reynos, e que no los dividiré ni enajenaré... e mantendré a mys subditos en justicia como Dios mejor me diese a entender, e no la pervertiré, e guardaré los privillejos e libertades e esenciones que han e tienen los fijosdalgo de los dichos mys reynos e las cibdades e villas e lugares dellos... Sí juro, Amén"

Concluyó la ya reina, Isabel I de Castilla.

Fue aclamada y ovacionada, aquello debió ser realmente algo emocionante y digno de recordar por los siglos y para la historia de España. Todos los allí presentes la rindieron pleitesía, postrados de rodillas, y reconocieron a Isabel como legítima Reina y Señora,  propietaria de estos reinos. Le juraron obediencia y fidelidad, a la vez que reconocían también a Fernando, su esposo, como su Señor y Rey, y pusieron sus castillos y fortalezas a disposición de la corona. Y lo juraron ante Dios y los evangelios.  

"Sí juro. Amén"  Y muchos de ellos besaron la mano de la reina.

Andrés Cabrera, finalmente, puesto de rodillas pues fue leal a Enrique hasta su muerte, le juró fidelidad, como testigos estaban Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas. En estos tres hombres, buenos hombres sin duda alguna, fue en los que se apoyó durante todo su reinado, núcleo fundamental y esencial  para la gobernación de Castilla y posteriomente de Aragón.

Al poco se oyó retumbar en toda Segovia:

"Castilla, Castilla, Castilla por la muy alta e muy poderosa princesa, reyna y señora; nuestra señora la reyna doña Ysabel e por el muy alto e muy poderoso príncipe, rey e señor; nuestro señor el rey don Fernando, como su legítimo marido".

Isabel entró en San Miguel, hizo oración ante Cristo en el Altar Mayor, tomó en sus manos el pendón Real de Castilla y se lo ofreció a Dios. Exigió posteriormente a los escribanos una copia del acta de su Coronación como Reina, sellada y firmada.

Día para la historia de España, día para el recuerdo.

Día que no debemos olvidar porque ahí se cimienta la España actual y moderna. Unida e indivisible para el devenir de los tiempos. Muchos historiadores opinan que no es así, pero es obvio que si no se hubiese dado esa unión de lo reinos de Castilla y Aragón, la España del estado moderno actual no existiría.

Aquello terminó en una atronadora ovación, resonaron trompas y timbales y la voz de un pregonero se alzaría en toda Castilla en las semanas siguientes, anunciando la buena nueva.

Y donde se oía, estandartes y pendones se levantaban en sus ciudades y villas.

Castilla ya tiene Reyes: Isabel y Fernando.


Roberto Alonso Gómez.

Valladolid a 13 de diciembre de 2020.

En el 546º aniversario de la proclamación Isabel la Católica como Reina de Castilla.

Bibliografía:

"Isabel la Católica. El enigma de una Reina" Jose María Javierre. Ed Sígueme, Salamanca 2012.

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